Photograph byJashim Salam “Children playing in rain, Bangladesh”.
*La cita que uso como título la dijo George Carlin en Saving the planet.
Un salón con más de 80 lugares para la clase de Ética para el Desarrollo Sostenible, una materia obligatoria para absolutamente todas las licenciaturas de mi universidad. Un profesor de nacionalidad estadounidense perfecto para disfrazarlo de Santa Claus; su barba y pelo están completamente blancos y camina por los pasillos del Departamento de Antropología con una sonrisa carismática. Domina por completo el español, aunque con un característico acento y pronunciación de lo que en México llamamos “gringou”, y explica los temas con un sarcástico humor que ameniza la clase para aquellos que prestamos atención a lo que dice. El hombre tiene unos conocimientos y una trayectoria admirables, y estoy segura que sabe de nuestra cultura más de lo que el 50% de la comunidad estudiantil mexicana en la UDLAP conoce. Sin embargo, el carisma con el que sonríe lo aprovecha para distintos proyectos profesionales (muchos de ellos involucrados con comunidades marginadas), pero también para impartir su clase con excesiva pasividad y tolerancia ante las faltas, retrasos y actitud de los estudiantes. En pocas palabras, nunca se enterará si faltas, si llegas temprano o tarde, si abandonas el salón antes de la hora indicada o si estás presente sin escuchar una sola de sus palabras. Para colmo, la única tarea que deja es leer, o por lo menos echar un vistazo, a unas lecturas –por cierto, muy interesantes—, que manda por correo y que la mayoría ni siquiera descarga. Con esto, de aproximadamente 80 alumnos inscritos en la materia, el salón sólo se ha llenado las primeras dos clases del semestre y los días de exámenes.
He escuchado más de una vez de boca de estudiantes de diversas licenciaturas, que la clase de ética es un desperdicio de tiempo y que eso “para qué les va a servir en su carrera”. Sí. ¿Para qué va a servir a un futuro profesionista hablar de ética? ¿Qué importancia tienen temas como la cultura de legalidad, racismo, desigualdad social, abuso del poder, desvalorización y marginación a culturas tradicionales, machismo, derechos humanos, cambio climático y consumismo para un ciudadano de entre 18 y 24 años en un país como México? Si estudio una ingeniería, ¿hace falta conocer datos sobre la marginación de pueblos indígenas o la sociedad de consumo? Y si soy estudiante de Comunicación, ¿debería importarme el impacto del cambio climático en la agricultura y distribución de aguas, o el uso de transgénicos en cultivos?
Bueno, mucho de las problemáticas en México –y seguramente otros tantos países—parte de que las generaciones más jóvenes, quienes se suponen que deberíamos representar “la salvación” del planeta y de la humanidad, se muestran desinteresados ante datos que consideran inútiles para su desarrollo profesional. Independientemente de mis gustos o aficiones, me di cuenta que formo parte de una minoría sensible ante injusticias globales, de las cuales la mayoría son parte de las injusticias nacionales e incluso locales.
No se trata de colocarnos en un panorama cursi y nostálgico, pero no considero exagerado decir que duele mucho sentarse a escuchar datos y realidades que, debido al estilo de vida del estudiante promedio en universidades privadas, ni imaginamos. Porque es distinto saber por los medios de comunicación que México y otras zonas del globo terráqueo viven situaciones de pobreza extrema, a toparse con cifras que te dicen cuánto dinero es considerado el mínimo para recibir una vida “diga” y con cuánto viven realmente muchas familias. ¿Hablar del calentamiento global? Es ya aburrido y bastante repetitivo para los de nuestra generación, ¿cierto? Pero leer un libro de Vandana Shiva mencionando aquellas zonas en la India donde creció, que eran de las más ricas del mundo en agua e incluso cantos y poemas tradicionales hablaban de dicha prosperidad, y que ahora es una de las zonas más secas de la Tierra. Criticar el machismo de la religión musulmana, pero observar en los resultados de encuestas que en México más de la mitad de las mujeres toman sus decisiones en base a la opinión de su marido. Consumimos a diario una cantidad absurda de productos y gastamos una cantidad estúpida de dinero en cosas innecesarias, sin saber que la fabricación de esos objetos pasa por un proceso donde están involucradas situaciones de esclavitud que, supuestamente, fue abolida hace mucho tiempo. Leer los Derechos Humanos y la Carta a la Tierra –acuerdos de los que México forma parte— y encontrarlas casi como una sátira a la realidad, puesto que más de la mitad de lo mencionado es violado día a día.
¿En qué mundo estamos desenvolviéndonos académica y humanamente si la gente de nuestra edad no cree relevante reflexionar sobre este tipo de realidades? Las problemáticas (ambientales, sociales, culturales, económicas, políticas…) son graves, pero lo es más la aparente insensibilidad de una generación que representa para muchos una fuente de cambio. Sí, Estados Unidos es ese jugador que “se lleva y no se aguanta”, culpable, en gran parte, de crisis internacionales de todo tipo; pero México es ese jugador que, irremediablemente se ha vuelto dependiente del país vecino y que su aplaudido nacionalismo se ve abofeteado por las incoherencias tanto de su gobierno como de sus ciudadanos. Formar profesionistas sin ética es asegurar un futuro con problemáticas enaltecidas en vez de solucionadas. Los lugares hablan por su gente. México y el mundo no están de la chingada, nosotros lo estamos.
NOTAS: les comparto esta serie de fotos, que me parecen preciosas y que, evidentemente, muchas son parte de las injusticias mundiales mencionadas. Recomiendo darle una leída a los Derechos Humanos, para que mínimo conozcan si se respetan todos sus derechos, a la Carta a la Tierra y a libros o artículos de Vandana Shiva (científica y activista). Empecemos por informarnos.